El voluntariado — un catalizador para la transformación
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La escena del arte contemporáneo suele asociarse con los centros metropolitanos, donde galerías, museos e instituciones marcan el tono de una proyección cultural. Sin embargo, para muchos artistas emergentes, este entorno institucionalizado puede resultar alienante, fomentando a menudo la competencia más que la comunidad. En contraste, la escena artística rural, generalmente menos formalizada, presenta una alternativa bastante atractiva: un espacio donde el arte puede florecer de forma orgánica.
Como artista formada en centros urbanos, he sido testigo de primera mano de los desafíos que plantea la escena artística institucionalizada. Las grandes ciudades suelen crear una jerarquía que privilegia los nombres y las redes de contactos por encima de las voces emergentes. El énfasis en la comerciabilidad, las tendencias y la validación desde arriba puede hacer que el acceso al mundo del arte sea agotador y desalentador. Años de estudio y práctica en ese entorno suelen cultivar un sentimiento de futilidad, al verse eclipsada la voz creativa propia. Este fenómeno afecta especialmente a quienes tienen una práctica artística que no encaja fácilmente en categorías comerciales o explotables.
Colección Museográfica de Gilena
Las escenas artísticas rurales ofrecen un paisaje acogedor para los recién llegados. En la ruralidad, la relativa ausencia de estructuras complejas fomenta la apertura y el diálogo directo. Al mismo tiempo, puede servir como campo de experimentación y exploración. Es más fácil para los artistas emergentes integrar la creatividad con la vida cotidiana y conectar directamente con su público potencial. En los contextos rurales, la población local participa porque el evento mismo tiene un valor significativo para la zona. Esto genera un contexto único de implicación sincera entre artista y audiencia, donde la obra recibe retroalimentación genuina.
Además, la escena artística rural no está limitada a formatos ni espacios estándar. Lo que en una ciudad requeriría autorizaciones oficiales, licencias y firmas de varios organismos burocráticos, en zonas rurales puede organizarse mediante acuerdos personales. El campo de experimentación es, en consecuencia, más amplio: una fortaleza puede usarse como taller de danza, un patio transformarse en galería, una plaza pública en teatro… y la lista continúa. Esto favorece la creación de un arte que no se ajusta a expectativas típicas, sino que fusiona lo establecido y lo contemporáneo con lo local y lo tradicional, lo que puede dar lugar a algo hermoso y único.
Performance “Caminos Cruzados” en la Plaza del Carmen, Estepa
“En las comunidades rurales, el evento artístico sucede más bien como una interferencia en el “ecosistema” del lugar, y el público tiende a ser más directo.”
No obstante, también es importante reconocer que la escena artística rural a menudo se posiciona como una alternativa a la estética de la “sofisticación”, y al mismo tiempo presenta desafíos para los propios artistas. No existe una “burbuja cultural” cómoda donde el público es otro artista que ha venido acompañado por un amigo artista que ha invitado a otro amigo de un amigo artista... En las comunidades rurales, el evento artístico sucede más bien como una interferencia en el “ecosistema” del lugar, y el público tiende a ser más directo. Esta dinámica disciplina al artista, empujándolo a crear no un proyecto centrado en sí mismo, sino algo inmersivo, que tenga sentido en el contexto del entorno.
El hábito de trabajo que adquirí durante mi voluntariado en el Rurality Art Fest es priorizar el proceso sobre el producto, centrarme en las dimensiones experienciales del arte, porque al fin y al cabo, esa es su forma inicial. En lugar de llevar un mensaje ya formulado, se trata de crear y construir paso a paso una sugerencia matizada, explorando los paisajes culturales, el potencial creativo e inspirándose al participar en actividades locales. Todo eso puede convertirse ya en la base de cualquier nuevo comienzo. Esa experiencia me recordó el poder fundamental del arte para crear, conectar, desafiar e inspirar.
“La inmersión en una práctica artística centrada en la comunidad permite al artista alejarse de las lógicas del arte urbano y reconectar con las motivaciones esenciales de su práctica. ”
Un mes de voluntariado en un festival de arte rural puede, en efecto, cambiarte la vida. La inmersión en una práctica artística centrada en la comunidad permite al artista alejarse de las lógicas del arte urbano y reconectar con las motivaciones esenciales de su práctica. Trabajar junto a artistas locales, artesanos y miembros de la comunidad fomenta un sentido de solidaridad y respeto mutuo. El papel del voluntario —que suele ser organizativo, logístico y también creativo— enseña una comprensión holística del papel del arte en la sociedad y de todos los mecanismos que lo sostienen.
Este tipo de experiencia no solo mejora las habilidades prácticas, sino que también nutre un renovado sentido de propósito. Al presenciar cómo el arte puede impactar directamente en una comunidad —estimulando el diálogo, el orgullo y celebrando la identidad local— un artista puede redescubrir el potencial de su trabajo. La alegría compartida de crear y celebrar puede reavivar la esperanza y la pasión, recordándole que el arte es una parte viva y palpitante de la cultura humana.
— Mariia Petrenko
Volunteering — a Catalyst for Transformation
The contemporary art scene is often associated with metropolitan centers, where galleries, museums, and institutions set the tone of a cultural pojection. Yet, for many emerging artists, this institutionalized environment can be alienating, often promoting competition rather than community. In contrast, the rural art scene, often less formalized, presents a pretty compelling alternative: a space where art can thrive organically.
As an artist trained in urban centers, I have witnessed firsthand the challenges posed by institutionalized art scenes. Major cities often create a hierarchy that privileges names and networks over emerging voices. The emphasis on marketability, trendiness, and higher validation can make entry into the art world pretty exhausting and disheartening. Years of study and practice in such environment often cultivate a sense of futility in one, as their creative voice gets overshadowed. This phenomenon is particularly accurate for those whose artistic practices do not fit easy categorization or commercial exploitation.
Rural art scenes present an inviting landscape to newcomers. In rurality relative absence of complicated structures fosters openness and first-hand dialogue. In the meantime, it can also serve as a field for experiments and explorations. It is easier for emerging artists to integrate creativity with everyday life and engage directly with their potential audience. In rural settings, the locals participate because the event itself is significant for the area. This creates a unique context of sincere engagement between the artist and the audience, where work recieves a feedback.
Moreover, the rural art scene is not confined to standard formats or spaces. What in a city would require official approvals, licenses, and signatures from numerous bureaucratic bodies can often be arranged through personal agreements in rural areas. The field for experimentation is correspondingly broader: a space of fortress can be used for dance workshop, a patio transformed into a gallery, a public square into a theater and the list goes on. This encourages the creation of art that does not conform to a typical expectation, but instead blends and combines established and contemorary with local and traditional, which could lead to something beautiful and unique.
However, it is also important to acknowledge that the rural art scene often positions itself as an alternative to “sophistication” aesthetic, and at the same time presents challenges for the artists themselves. There are no comfortable “cultural bubble” where the audience is an artist and an artist who brought to the show
another friend artist who called another friend of a friend artist... In rural communities, the art event happens rather as an interference in the “ecosystem” of the area, audience tends to be more direct. This dynamic disciplines the artist, compelling them to make the work not as an individual centered project, but instead something immersive, with the context of surroundings.
The work habit I gained during my volunteering in Rurality Art Fest is prioritizing process over product, focusing on the experiential dimensions of art, because after all, that is its initial form. Instead of bringing a statement in, to create and build step by step a nuanced suggestion by exploring the cultural sights, creative potential and getting inspiration by engaging in local activities. Those could already become a base for any future beginnings. That experience reminded me the fundamental power of art to create, connect, challenge, and inspire.
A one-month volunteer work at a rural art festival can indeed be life-changing. Immersion in a community-centered art practice allows the artist to step away from the logics of the urban art and to reconnect with the essential motivations of their practice. Working alongside local artists, craftspeople, and community members fosters a sense of solidarity and mutual respect. The volunteer’s role which is typically organizational, logistical, and responsible in creativity — teaches a holistic understanding of art’s role in society and all the mechanisms behind it.
Such experience not only enhances practical skills, but also nurtures a renewed sense of purpose. By witnessing how art can directly impact a community—stimulating dialogue, pride, and celebrating local identity, an artist may rediscover the potential of their work. The shared joy of creation and celebration can reignite hope and passion, reminding the artist that art is a living, breathing part of human culture.
— Mariia Petrenko